Si hoy preguntamos a cualquier persona que nos diga el nombre de un faraón egipcio nos dirá, sin lugar a dudas, Tutankamón. Sin embargo este[] faraón perteneciente a la dinastía XVIII de Egipto, que reinó de 1336/5 a 1327/5 a. C. no es, ni mucho menos, el faraón más grande, ni el más importante de la historia de Egipto, murió demasiado joven para que le diera tiempo de hacer grandes hazañas. Toda su fama se debe a un hecho fortuito: su tumba (KV62) se convirtió en el descubrimiento arqueológico más importante del S. XX, ya que era y es, la única tumba de un faraón egipcio que no había sido totalmente saqueada. Veamos cómo se produjo este descubrimiento y a quién le debemos el honor…
Egipto siempre ha despertado admiración y una auténtica fascinación por su cultura. Pero fue a partir del S. XIX y del desciframiento por Champollion de la escritura jeroglífica, cuando numerosos aventureros y arqueólogos pagados por ricos mecenas europeos y norteamericanos, se lanzaron a la búsqueda de los tesoros que podían encerrar las tumbas de los famosos reyes de los que hablaban los jeroglíficos.
Descartadas las pirámides, que habían sido saqueadas desde hacía siglos, esta búsqueda se centró en el famoso “Valle de los Reyes”, necrópolis situada en la orilla oeste del Nilo frente a Luxor, la antigua Tebas, lugar dónde se enterraron la mayor parte de los faraones de las dinastías XVIII, XIX y XX y que fue declarado en 1979 Patrimonio de la Humanidad. A principios del S. XX se habían descubierto decenas de tumbas en el valle (todas ellas saqueadas) y este lugar inhóspito y seco se había convertido en un auténtico “queso Gruyere”.
Uno de estos arqueólogos-aventureros, buen conocedor del valle pero sin suerte hasta el momento, era Howard Carter, quien soñaba con descubrir la tumba inviolada de un faraón egipcio. Carter había convencido a un auténtico Lord inglés para que le financiase. Pero en 1922, Lord Carnavon, harto de no ver resultados, después de varios años de excavaciones, decidió abandonar. Estaba profundamente decepcionado, ya que él y Cárter habían explorado de forma exhaustiva el Valle de los Reyes, esperando el milagro que no se había producido. La obstinación de Carter, sin embargo, convenció a Carnavon para que financiara un año más las excavaciones. Un lugar en particular, en el interior del valle, había atraído la atención del arqueólogo inglés: una enorme acumulación de escombros por debajo de la tumba violada de Ramsés VI. En efecto, el lugar era uno de los pocos en el valle que aún no se habían investigado. Carter estaba convencido de poder encontrar, aunque estuviera profanada, la tumba de Tutankamón.
Aprovechando el periodo otoñal y la escasez de visitantes, Carter retiró primeramente los restos del campamento de obreros que habían trabajado en la tumba de Ramsés VI. Su decepción fue grande cuando debajo encontró aún más escombros. En cualquier caso, y con muy poca convicción, decidió alcanzar la roca madre. En la mañana del 4 de noviembre de 1922, los obreros descubrieron un escalón excavado en la caliza. Los largos años de espera parecieron disiparse de golpe cuando, al final de la escalinata, el arqueólogo se encontró frente a los sellos intactos de la tumba de Tutankamón. Carter lo dejó todo, hizo proteger la entrada por soldados armados y envió a Carnavon el siguiente telegrama: "Finalmente hecho maravilloso descubrimiento en el valle. Magnífica tumba con sellos intactos. Vuelta a cerrar esperando su llegada. Enhorabuena".
Lord Carnavon partió inmediatamente acompañado por su hija, y el 24 de noviembre se encontraba en el lugar, cuando Carte abrió la puerta…Tras un largo corredor, se encontró una segunda puerta también sellada. A través de un pequeño orificio, Carter introdujo primeramente una vela para asegurarse de que no había gases nocivos en la tumba y miró en la cámara. Y lo que vio fueron "Cosas maravillosas". A la luz de la vela, aparecieron ante los ojos de Carter, que poco a poco se acostumbraban a la oscuridad, carros, vasos de alabastro, estatuas, camas, muebles y, por todas partes, el brillo del oro. El tesoro más grande nunca descubierto. Se necesitaron 4 años para sacar y catalogar todos los objetos, más de 5.000, muchos de ellos de oro y con incrustaciones de piedras preciosas, el valor de todo el conjunto era incalculable.
Carter había cumplido su sueño. Pero, a los pocos días de haber entrado en la tumba Lord Carnavon, que había sido picado por un mosquito, enfermó, muriendo pocos meses más tarde. Comienza entonces a hablarse de “la maldición del faraón”, basada en una inscripción en la entrada que decía: "La muerte vendrá con alas ligeras sobre todo aquel que se atreva a violar esta tumba" Lo cierto es que la famosa inscripción jamás pudo ser encontrada nuevamente ya que los trabajadores de Carter destruyeron la pared que la tenía escrita. Pero es cierto, que varios trabajadores de la tumba murieron de muerte en apariencia natural, pero en extrañas circunstancias, lo que dio pie a la leyenda.
La ciencia tiene varias hipótesis, una es que en el aire viciado de la tumba de Tutankamón habría esporas de hongos microscópicos, conservadas durante varios milenios, que aún fueron capaces de infectar a varios de estos exploradores al inhalar el aire viciado. Pero, por otro lado, muchos de los que entraron no murieron y su descubridor, Howard Carter, murió muchos años después. Tal vez todo fuese una mera coincidencia…[
Pero, aunque la maldición no sea real, el tesoro sí lo es y quien quiera puede contemplar hoy, la mayor parte de estos objetos en el Museo de El Cairo. Todos ellos son una maravilla y llenan varias salas del Museo, pero voy a permitirme destacar tres que son auténticas obras maestras del Arte Egipcio: el último sarcófago de oro macizo y esmalte, la máscara de oro que recubría su cabeza y el Sillón del trono.
Confío en que las convulsiones políticas por las que está pasando actualmente Egipto no afecten a su Museo y el Tesoro de Tutankamón no se pierda para siempre…
Si os ha gustado el programa y queréis saber más la semana que viene os contaré más cosas sobre este faraón adolescente…
Egipto siempre ha despertado admiración y una auténtica fascinación por su cultura. Pero fue a partir del S. XIX y del desciframiento por Champollion de la escritura jeroglífica, cuando numerosos aventureros y arqueólogos pagados por ricos mecenas europeos y norteamericanos, se lanzaron a la búsqueda de los tesoros que podían encerrar las tumbas de los famosos reyes de los que hablaban los jeroglíficos.
Descartadas las pirámides, que habían sido saqueadas desde hacía siglos, esta búsqueda se centró en el famoso “Valle de los Reyes”, necrópolis situada en la orilla oeste del Nilo frente a Luxor, la antigua Tebas, lugar dónde se enterraron la mayor parte de los faraones de las dinastías XVIII, XIX y XX y que fue declarado en 1979 Patrimonio de la Humanidad. A principios del S. XX se habían descubierto decenas de tumbas en el valle (todas ellas saqueadas) y este lugar inhóspito y seco se había convertido en un auténtico “queso Gruyere”.
Uno de estos arqueólogos-aventureros, buen conocedor del valle pero sin suerte hasta el momento, era Howard Carter, quien soñaba con descubrir la tumba inviolada de un faraón egipcio. Carter había convencido a un auténtico Lord inglés para que le financiase. Pero en 1922, Lord Carnavon, harto de no ver resultados, después de varios años de excavaciones, decidió abandonar. Estaba profundamente decepcionado, ya que él y Cárter habían explorado de forma exhaustiva el Valle de los Reyes, esperando el milagro que no se había producido. La obstinación de Carter, sin embargo, convenció a Carnavon para que financiara un año más las excavaciones. Un lugar en particular, en el interior del valle, había atraído la atención del arqueólogo inglés: una enorme acumulación de escombros por debajo de la tumba violada de Ramsés VI. En efecto, el lugar era uno de los pocos en el valle que aún no se habían investigado. Carter estaba convencido de poder encontrar, aunque estuviera profanada, la tumba de Tutankamón.
Aprovechando el periodo otoñal y la escasez de visitantes, Carter retiró primeramente los restos del campamento de obreros que habían trabajado en la tumba de Ramsés VI. Su decepción fue grande cuando debajo encontró aún más escombros. En cualquier caso, y con muy poca convicción, decidió alcanzar la roca madre. En la mañana del 4 de noviembre de 1922, los obreros descubrieron un escalón excavado en la caliza. Los largos años de espera parecieron disiparse de golpe cuando, al final de la escalinata, el arqueólogo se encontró frente a los sellos intactos de la tumba de Tutankamón. Carter lo dejó todo, hizo proteger la entrada por soldados armados y envió a Carnavon el siguiente telegrama: "Finalmente hecho maravilloso descubrimiento en el valle. Magnífica tumba con sellos intactos. Vuelta a cerrar esperando su llegada. Enhorabuena".
Lord Carnavon partió inmediatamente acompañado por su hija, y el 24 de noviembre se encontraba en el lugar, cuando Carte abrió la puerta…Tras un largo corredor, se encontró una segunda puerta también sellada. A través de un pequeño orificio, Carter introdujo primeramente una vela para asegurarse de que no había gases nocivos en la tumba y miró en la cámara. Y lo que vio fueron "Cosas maravillosas". A la luz de la vela, aparecieron ante los ojos de Carter, que poco a poco se acostumbraban a la oscuridad, carros, vasos de alabastro, estatuas, camas, muebles y, por todas partes, el brillo del oro. El tesoro más grande nunca descubierto. Se necesitaron 4 años para sacar y catalogar todos los objetos, más de 5.000, muchos de ellos de oro y con incrustaciones de piedras preciosas, el valor de todo el conjunto era incalculable.
Carter había cumplido su sueño. Pero, a los pocos días de haber entrado en la tumba Lord Carnavon, que había sido picado por un mosquito, enfermó, muriendo pocos meses más tarde. Comienza entonces a hablarse de “la maldición del faraón”, basada en una inscripción en la entrada que decía: "La muerte vendrá con alas ligeras sobre todo aquel que se atreva a violar esta tumba" Lo cierto es que la famosa inscripción jamás pudo ser encontrada nuevamente ya que los trabajadores de Carter destruyeron la pared que la tenía escrita. Pero es cierto, que varios trabajadores de la tumba murieron de muerte en apariencia natural, pero en extrañas circunstancias, lo que dio pie a la leyenda.
La ciencia tiene varias hipótesis, una es que en el aire viciado de la tumba de Tutankamón habría esporas de hongos microscópicos, conservadas durante varios milenios, que aún fueron capaces de infectar a varios de estos exploradores al inhalar el aire viciado. Pero, por otro lado, muchos de los que entraron no murieron y su descubridor, Howard Carter, murió muchos años después. Tal vez todo fuese una mera coincidencia…[
Pero, aunque la maldición no sea real, el tesoro sí lo es y quien quiera puede contemplar hoy, la mayor parte de estos objetos en el Museo de El Cairo. Todos ellos son una maravilla y llenan varias salas del Museo, pero voy a permitirme destacar tres que son auténticas obras maestras del Arte Egipcio: el último sarcófago de oro macizo y esmalte, la máscara de oro que recubría su cabeza y el Sillón del trono.
Confío en que las convulsiones políticas por las que está pasando actualmente Egipto no afecten a su Museo y el Tesoro de Tutankamón no se pierda para siempre…
Si os ha gustado el programa y queréis saber más la semana que viene os contaré más cosas sobre este faraón adolescente…
Elena Toribio
http://historiarte.net/descubrimientos/tut.html
http://es.wikipedia.org/wiki/Tutankamon
http://www.escalofrio.com/n/Misterios/La_Maldicion_de_Tutankamon/La_Maldicion_de_Tutankamon.php
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