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Como complemento a esta información añado el final del maravilloso artículo que Rosa Montero escribe en El País Semanal con el título de “El dolor de los otros” y que tiene como tema central el Día Mundial de la Alimentación.
… Qué mala suerte que la feroz hambruna del Cuerno de África esté sucediendo precisamente ahora. Con qué fácil y mísero egoísmo nos agarramos a nuestro propio miedo y nuestras pérdidas para cerrar los ojos, para blindarnos ante su necesidad, para dejarlos morir en la distancia.
Ya sé que es desagradable escucharlo y aún más hacer el esfuerzo de imaginarlo, pero cada día mueren en esa zona (El Cuerno de África) 300 niños de hambre. Ya ha habido otras hambrunas antes en el mundo. En la de 1980 murieron un millón de personas en Etiopía; y en 1992, fallecieron otras 300.000 en Somalia. Después la comunidad internacional creyó haber superado esos dantescos abismos catastróficos. A mediados de los noventa se desarrolló un alimento terapéutico de fácil uso que, por sólo 40 euros, podía salvar la vida de un niño desnutrido. Y se hizo un calendario para acabar con el hambre mundial. Pero, por desgracia, el horror ha regresado y es para quedarse. La violencia, la inseguridad alimentaria, la fragilidad social y la sequía han hecho que Somalia vuelva a agonizar. El 20 de julio se declaró oficialmente la hambruna y la emergencia durará por los menos hasta 2012. Actualmente hay 750.000 personas en riesgo inminente de morir de hambre, en su mayoría niños menores de cinco años. Hay dos millones y medio de desplazados en campos de refugiados y, en todo el Cuerno de África, doce millones de personas gravemente afectadas por la sequía.
Hoy, 16 de octubre, es el Día Mundial de la Alimentación. Lo vamos a celebrar con este moridero famélico y callado del África sedienta. Déjame darte sólo dos datos más; uno, la hambruna actual ha estallado tras haberse producido las tres cosechas más grandes de la historia de la Humanidad. Y dos, sólo un escaso 9 % de los niños con desnutrición severa reciben ese alimento terapéutico que, por tan sólo cuarenta euros, les salvaría la vida. ¿No es evidente que no sabemos repartir, gestionar, compartir, ayudar? Y que no queremos ni mirar: nos importa un pito el dolor de los otros. Sentados en nuestras posesiones, lloramos nuestras pérdidas mientras damos la espalda a los moribundos. A los que sería tan fácil ayudar, si de verdad quisiéramos.”
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Os recuerdo también que el Primer Objetivo del Milenio es: Erradicar la pobreza extrema y el hambre (sic).
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