jueves, 30 de mayo de 2013

Schulten: en busca de la ciudad perdida de Tartessos.

“Hace casi 3.000 años existió en Andalucía una civilización rica y avanzada cuya grandeza, cuentan los eruditos, no fue igualada en mucho tiempo. A aquel pueblo, admirado por los griegos y cuyas  naves, según la Biblia, habían llegado a comerciar hasta con los egipcios, se le denominó Tartessos, como el río que lo atravesaba, el actual Guadalquivir. La explotación de sus minas de oro y plata y el comercio con los fenicios la habrían convertido en una sociedad más o menos organizada y rica que fue conocida como la primera civilización de Occidente”. 

Esta era la creencia general entre los amantes de la arqueología a comienzos del S. XX, cuando  la arqueología era una de las ciencias de moda, capaz de hacer soñar con reinos míticos como la Atlántida, inventar naciones o dar vida a faraones. Ya   H. Schliemann había demostrado a finales del S. XIX, tras los descubrimientos de Troya y Micenas, que muchas leyendas de la antigüedad tenían una base real. A comienzos del S. XX muchos aventureros extranjeros encontraron en Andalucía y otras zonas de España un terreno propicio para sus anhelos de gloria, iniciando excavaciones que en muchos casos contaban con el interesado apoyo de gobernantes y magnates, ávidos de ver crecer sus colecciones y su fama.
Alumnos colaboradores en la sección "Momentos arqueológicos". 

Uno de estos aventureros fue el historiador y arqueólogo alemán Adolf Schulten, quien había ganado fama internacional a principios de siglo, tras el descubrimiento de Numancia, la mítica ciudad celtíbera arrasada por no querer someterse al  poder romano. En los años 20,  Schulten, inició en el Parque Natural de Doñana la búsqueda de Tartessos, esa civilización mítica que multitud de estudiosos desde el siglo XVI habían situado en esta zona del sur europeo y que estaba emparentada en la mente de algunos con la Atlántida de Platón, con el mito de Hércules, los bueyes de Gerión o las naves de Tarshish citadas en la Biblia. Schulten dedicó toda su vida a encontrar su capital, vivió y amó a España, excavó en Doñana, pero no lo consiguió y murió medio loco y obsesionado en Alemania en 1960.

Hace unas semanas el Museo Arqueológico de Jerez presentaba al público el documental titulado El Tartessos de Schulten. La conquista de la ciudad perdida, cinta que, dirigida por el jerezano Antonio Lobo, se había estrenado el año pasado en el Festival de Málaga del Cine Español.

¿Pero que sabemos hoy de la mítica Tartessos? ¿Qué nos cuentan los libros, los estudiosos y la arqueología?

Hoy, la mayor parte de los historiadores piensan que Tartessos no fue una “gran ciudad” sino una civilización formada por varios asentamientos humanos que vivió en lo que hoy son las provincias de Sevilla, Huelva y Cádiz entre los siglos IX y VII antes de Cristo. Fue la civilización más importante del sur de la Península Ibérica a finales de  la Edad del Bronce y habría surgido por el contacto comercial entre los habitantes de esta zona y los fenicios llegados desde el otro extremo del Mediterráneo para comerciar en busca de los preciados metales: plata, cobre, estaño y oro, a cambio entregarían como pago lujosos objetos procedentes de Egipto, Mesopotamia y la zona fenicia.

Restos de la civilización tartésica han aparecido en los bordes de la marisma del Guadalquivir, (antes un gran golfo marino al que los romanos denominarían “Lago Ligustino”), como en Mesas de Asta, y en diversos lugares de las provincias de Huelva y Sevilla. De entre los diversos restos arqueológicos encontrados quiero destacar dos famosos “tesoros” encontrados en la provincia de Sevilla y alguno de ellos muy cerca de aquí…

Empecemos por el más cercano, los famosos candelabros de Lebrija. En abril de 1923 unos trabajadores que estaban sacando arcilla en la zona del castillo en Lebrija encontraron enterrados  “a profundidad de  muchos metros”  seis grandes objetos de oro que por su forma denominaron ”candelabros”. Estos, habrían pertenecido a un templo o santuario tartésico o fenicio que habría existido en época protohistórica en el Cerro del Castillo, dominando la desembocadura del Guadalquivir. Aunque se les llamó candelabros hoy no se sabe con exactitud su función y algunos investigadores consideran que podrían ser una representación esquemática de la divinidad.

El otro es el conocido como “Tesoro del Carambolo”  encontrado en los alrededores de Sevilla en 1958  por unos trabajadores que estaban haciendo unas obras de ampliación de la Sociedad de Tiro de Pichón. La sorpresa fue enorme cuando en un recipiente de barro cocido encontraron joyas “profusamente decoradas, con un arte fastuoso, a la vez delicado y  bárbaro, 21 piezas de oro de 24 quilates, con un peso total de 2.950 gramos.”.  Todavía hoy los investigadores no se ponen de acuerdo sobre su función, podrían ser la joyas de un rey o reina, de un sacerdote o de un buey sagrado, tampoco están seguros de si son fenicias o tartésicas, pero lo que es indudable es que son el testimonio de una civilización perdida que aún nos asombra…

Schulten buscó una ciudad perdida y fabulosa, nosotros nos hemos encontrado con una sorprendente civilización aún llena de incognitas y quién sabe si mañana alguien hará un nuevo descubrimiento igual de mítico y sorprendente…

Elena Toribio
Bibliografía:

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