martes, 11 de marzo de 2014

La lepra en algunas páginas de la literatura.

En la sección radiofónica anterior  (Tiempo de ciencia) se habló de la lepra, una terrible enfermedad infecciosa de carácter crónico que hoy tiene cura, pero que en la antigüedad condenaba al ostracismo a todas aquellas personas que se contagiaban. Ya en el Nuevo Testamento son muy conocidos los pasajes en los que Jesús cura milagrosamente al leproso de Galilea (Mt. 8:1-4, Mc. 1:40-45 y Lc. 5:12-16) o a los diez leprosos (Lc. 17:11-19) que iban para Jerusalén:

“Y aconteció que estando Jesús en una de las ciudades, he aquí, había allí un hombre lleno de lepra; y cuando vio a Jesús, cayó sobre su rostro y le rogó, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. [13] Extendiendo Jesús la mano, lo tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante la lepra lo dejó. [14] Y El le mandó que no se lo dijera a nadie. Pero anda--le dijo--, muéstrate al sacerdote y da una ofrenda por tu purificación según lo ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio. [15] Y su fama se difundía cada vez más, y grandes multitudes se congregaban para oírle y ser sanadas de sus enfermedades” ("Milagro de la curación del leproso de Galilea", Lc. 5:12-16).

En la Edad Media la presencia de esta enfermedad se deja notar en la literatura hagiográfica y también lo encontramos en obras pertenecientes al género épico como Las Mocedades de Rodrigo. Recordemos, por ejemplo, el capítulo de La Leyenda del Cid, -que por cierto tenemos en nuestra Biblioteca escolar-, en donde Rodrigo Díaz de Vivar no duda en ayudar a un anciano leproso que está a punto de morir en un lodazal:

"(...) Rodrigo no lo pensó dos veces: saltó de su caballo y se adentró en el encinar a todo correr. Remontando los gritos, llegó hasta un claro donde había un tremedal. Era una enorme balsa de lodo espeso, cuya superficie burbujeaba como si tuviera vida propia, y en el centro del tremedal, como un pájaro atrapado en una red, estaba el hombre que pedía socorro (...) Pero, justo cuando le tendía la mano, uno de sus caballeros le gritó desde la orilla:

-¡No toquéis a ese hombre, don Rodrigo! ¡Es un leproso y podría contagiaros!.

El Cid se fijó entonces en las manos del viejo y vio que estaban llagadas por la lepra, que era la enfermedad más temida de aquel tiempo. Los leprosos sentían a todas horas un calor infernal que los quemaba por dentro y llegaban a perder los dedos porque se les pudría la carne. Las leyes les obligaban a vivir lejos de las poblaciones para que no pudieran contagiar a nadie, y había quien rumoreaba que los leprosos propagaban sus males a propósito porque eran aliados del Diablo. Rodrigo, sin embargo, tenía un carácter tan caritativo como valiente, así que volvió a tender su mano hacia el anciano y lo sacó de la trampa del lodo. Al verse al salvo, el buen hombre se echó a llorar y le preguntó al Cid cómo podía pagarle con su ayuda.

San Lázaro, el leproso.
En la iconografía se representa con dos perros
lamíéndoles las heridas o las llagas.
-No tenéis nada que pagarme-respondió Rodrigo con una dulce sonrisa-. Al contrario: soy yo quien os está agradecido, pues me habéis dado la ocasión de hacer una obra de caridad en el camino de Santiago". (La Leyenda del Cid, Edición y adaptación de Agustín Sánchez Aguilar, Ed. Vicens-Vives, Col. Cucaña, 2007, p. 40) 

El anciano resulta ser al final San Lázaro, el protector de los leprosos, quien se le aparece después a Rodrigo Díaz para advertirle de que su vida no será fácil, pero que Dios siempre estará de su lado.

Otro ejemplo memorable de la presencia de la lepra en la literatura lo encontramos en el capítulo II (Las dos leprosas) del Libro VI de la famosísima novela del año 1880 del escritor Lewis Wallace, Ben- Hur, llevada al cine  en 1959 por William Wyler, y protagonizada por Charlon Heston en el papel de Judah Ben Hur.

Son muchos los fragmentos que podríamos destacar de este capítulo, pero nos quedamos con el principio en donde se plasma cómo el malvado tribuno romano, Mesala, quiere saciar su sed de venganza contra su antiguo amigo, el judío Ben-Hur, condenando injustamente a Miriam y a Tirzah, la madre y la hermana de Judah, a ser encerradas de por vida en un lugar contaminado de lepra:


Miriam y Tirzah son apresadas por Mesala (Ben-Hur, 1953) 
"La misma mañana que fueron detenidas,ocho años antes, Graco ordenó que fueran conducidas a la Torre, que estaba bajo sus cuidado y que, por tanto, podía vigilar mejor. Escogió la celda VI porque era inaccesible y, además, porque estaba infestada de lepra (...) 

Con ese objeto fueron llevadas al calabozo de noche, cuando no había testigos, por unos esclavos.  Estos tapiaron la puerta y, después de esta terrible operación, fueron despedidos y alejados de Jerusalén. Para no tener acusaciones, en el incierto caso de que llegase a descubrirse el hecho, y para poder justificar que él solo había pretendido infligir un castigo y no cometer un doble asesinato, Graco prefería que las pobres mujeres fueran víctimas de una muerte natural, aunque lenta"  (Vallace, Lewis: Ben-Hur, Editorial Planeta, 1981, p. 399)

La madre y a la hermana
del protagonista contagiadas ya por la lepra (Ben-Hur, 1953)


Otro emocionante episodio de este mismo libro lo encontramos en el capítulo IV del Libro VIII, titulado "El milagro", en el que la madre y la hermana de Ben- Hur acuden a ver a Jesús de Nazaret cuando se encamina hacia el monte Calvario o Gólgota para ser crucificado, esperando el milagro de la curación:

"Atónitas ante este espectáculo, no habían notado otro gran grupo de gente que venía del este, hasta que la algazara de sus gritos les hizo volver la cabeza hacia aquella dirección. La madre, entonces, despertó a Tizah.

-¿Qué explicación tiene esto?- preguntó la joven medio aletargada.

-Viene el Nazareno- le contestó-. Esos que pasan han venido de la ciudad para recibirle. Los que vienen del otro lado, son sus amigos que le acompañan, y es posible que todos se encuentren aquí, delante de nosotras. (...)

-¡Amrah!- le preguntó-. Cuando Judah te habló de la curación de los diez, ¿en qué forma se lo suplicaban al Nazareno?

-Solo decían: "Señor, ten misericordia de nosotros". O bien: "Maestro, ten misericordia"  (p.487)   


Jesús de Nazaret, de camino al Gólgota,
pasa por delante de Miriam y Tirzah  y oye sus ruegos (Ben-Hur, 1953)
"-¡Oh, maestro! ¡Oh, Señor! Ya ves nuestra miseria: apiádate de nosotras.
¡Límpianos! ¡ Ten compasión de nosotras! "
(p. 488)
Y como ya sabéis que el tiempo en la radio es bastante escaso, nos despedimos con esta última referencia literaria. 

Deseamos como siempre, que aunque este tema no haya sido nada amable, sin embargo haya despertado vuestro interés.  

Nuestro agradecimiento a los alumnos de 1º de ESO C y de 2º de ESO C que han colaborado hoy en esta sección.

Bibliografía:

La Leyenda del Cid, Edición y adaptación de Agustín Sánchez Aguilar, Ed. Vicens-Vives, Col. Cucaña, 2007, p. 40. 
Wallace, Lewwis: Ben-Hur, Editorial Planeta, 1981, p. 399 y p. 486 y 488

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