Todos los años cuando se celebra el Día Internacional de la mujer me acuerdo de una de las grandes obras de la literatura universal: Lisístrata de Aristófanes (450-385 a.C.). Esta comedia, representada en el 411 a. C., plantea la rebelión de las mujeres contra los hombres con el fin de conseguir la paz y de que sus maridos e hijos regresen de la guerra. La primera conjuración femenina de la que se tiene constancia en la literatura, fue dirigida por una enérgica matrona ateniense, Lisístrata, quien llamó a la sublevación a toda sus congéneres cuando comprobó el poco juicio de los hombres y la desgracia que se avecinaba sobre Grecia si la paz no se firmaba pronto con la vecina Esparta.
Desde esta primera sublevación literaria han transcurrido muchos siglos, y por desgracia hoy tenemos que celebrar el Día Internacional de la mujer, y digo por desgracia porque lo ideal sería no tener que celebrar esta efeméride, del mismo modo que no existe un Día internacional del hombre. Pero es que, a estas alturas, en pleno siglo XXI, la mujer tiene que seguir abriéndose camino en una sociedad que secularmente ha estado configurada con patrones masculinos, y que ha relegado a la mujer al papel de madre y de cuidadora.
En este año 2017 la ONU llama la atención sobre las mujeres trabajadoras en un mundo globalizado y cambiante. Es por este motivo que el lema de este año es: "Las mujeres en un mundo laboral en transformación: hacia un planeta 50-50 en 2030". Como muy bien dice el Secretario General de la ONU en el mensaje institucional para este día: "los derechos de la mujer son derechos humanos. Sin embargo, en estos tiempos tan difíciles, a medida que nuestro mundo se vuelve más imprevisible y caótico, los derechos de las mujeres y las niñas se ven reducidos, limitados y revocados. El empoderamiento de las mujeres y las niñas es la única forma de proteger sus derechos y garantizar que puedan alcanzar todo su potencial".
Me gustaría ser optimista, de hecho debo ser optimista, pensando que el objetivo de la ONU para 2030, es posible, de tal manera que por fin consigamos un mundo 50-50, pero reconozco que faltan menos de quince años y el pesimismo me invade muchas veces cuando compruebo que la mitad de la humanidad (las mujeres) sigue sufriendo discriminación por razón de sexo; que la lacra de la violencia de género nos sigue golpeando brutalmente; que en Rusia el gobierno de Putin ha despenalizado la violencia doméstica; que la brecha salarial entre hombres y mujeres es de un 24 % (según los últimos datos); que las mujeres obtienen por mayoría los mejores expedientes académicos y sin embargo, esto no se traduce laboralmente en puestos de responsabilidad (las mujeres apenas suponen el 17% de los consejeros en las grandes empresas); que el peso de las tareas domésticas y de la carga familiar sigue recayendo más en las mujeres; y que a los hombres no se les pregunta en una entrevista de trabajo si se plantean ser padres, a las mujeres sí.
Sí, todos los años por esta fecha me acuerdo de Lisístrata, pero también de la británica Emmeline Pankhurst (1858-1928), quien lideró el movimiento de las sufragistas en Reino Unido y luchó por el derecho al voto; de la española Clara Campoamor (1888-1972), que promovió los derechos de la mujer durante la II República; de la matemática y filósofa griega Hipatia de Alejandría (355/370-415/416) que fue asesinada por las hordas enloquecidas del obispo Cirilo al negarse a renunciar a la libertad de pensamiento; del personaje de mi adorada Jo March -quizás el más logrado (para mi gusto) de la novela Mujercitas de Louisa May Alcott- por ser una mujer que soñaba con ser escritora rompiendo los estereotipos de la sociedad norteamericana del último cuarto del siglo XIX; de la primatóloga y antropóloga Jane Goodall, maravillosamente interpretada por Sigourney Weaver en Gorilas en la niebla; y por supuesto de una de mis actrices favoritas del cine clásico, Katherine Hepburn, interpretando a una joven e intrépida abogada que trataba de abrirse camino en un mundo de hombres y de hallar el reconocimiento de su propio marido en La costilla de Adam, un título -por cierto- más que sugerente que merecería una profunda reflexión.
En un día como hoy, la lista de mujeres famosas, de mujeres anónimas sería interminable. Perdón por todas las que me dejo en el tintero. También en un día como hoy, la sociedad en su conjunto debe reflexionar sobre esta situación para que uno de los objetivos del Milenio en 2030, un mundo 50-50, un mundo de verdadera paridad en todos los ámbitos, fuera de estereotipos y de ancestrales machismos, se haga por fin realidad; para evitar exabruptos como los del eurodiputado polaco que no tuvo el menor reparo en afirmar recientemente que "las mujeres deben ganar menos porque son más débiles y menos inteligentes"; para no "romper las leyes sino redactar las leyes" como pedía Emmeline Pankhurst; para conseguir, en definitiva, una sociedad democrática en paz como quería Lisístrata, pero también una sociedad en igualdad.
4 comentarios:
Precioso artículo en defensa de la ansiada libertad de la mujer. Las trabas que el patriarcado impone a las mujeres se ponen de manifiesto ya en Lisistrata -como apunta Rosa Marí- y ya en ella vemos mujeres en pie de guerra tratando de cambiar bases erróneas para conseguir la paz.
Qué acertada la relación de mujeres que en la histioria han ido aportando su grano de arena. Como suele ser habitual en los escritos de Rosa, el texto se llena de referencias literarias y cinematográficas, aunque no se olvida de campos como la ciencia y la política.
La lucha por la igualdad es tarea de todos. Pero, desde luego, sin un pacto de Estado será muy difícil , si no, imposible acercarse siquiera a ella.
Gracias, Rosa Marri por este artículo tan bien escrito. Es casi un manifiesto de lucha desde la sensibilidad y la cultura.
Este magnífico artículo demuestra que cultura y la educación son el espacio desde el que lograr el imprescindible propósito de conseguir una igualdad real entre mujeres y hombres. El que la mujer alcance su ansiada libertad hará, además, más libre al hombre. La exquisita sensibilidad y la elegante prosa de la profesora Rosa María Calderón se colocan aquí al servicio de tan justa causa, poniendo en evidencia el papel trascendental de los educadores para asegurar que en un futuro (esperemos que próximo) no sea necesario hablar de este tema porque la situación esté normalizada e interiorizada de modo sólido en la sociedad. Comparto con la profesora Yolanda Jiménez la opinión de que Rosa María ha construido un impecable discurso, enriquecido con oportunas referencias científicas, políticas, literarias y cinematográficas.
Obviamente queda mucho por hacer desde diversas instancias políticas, educativas y sociales a nivel nacional e internacional, pero es un esfuerzo que merece la pena realizar. Es más, que es necesario hacer. Muchas gracias por este precioso y elocuente artículo.
Como siempre fantástico. Un artículo necesario, de una genial sensibilidad y remarcable desde cualquier punto de vista. ¡Enhorabuena!
Una vez más, Rosa nos ha regalado una magnífica síntesis de una efeméride tan importante como necesaria en estos tiempos.
Gracias por recordarnos con esa prosa tan elegante y llena de sensibilidad que la lucha por una igualdad real y efectiva sigue siendo labor imprescindible y urgente, mientras muchas mujeres sufren una discriminación tan injusta como dolorosa.
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