Partiendo
de las reflexiones que mis compañeros de clase han realizado a raíz de la
lamentable batalla campal protagonizada por algunos padres pertenecientes al
Alaró y al Collerense durante la celebración de un partido de fútbol infantil,
me gustaría exponer mi propia experiencia como jugador de fútbol porque por
desgracia a mí también me ha tocado vivir este tipo de incidentes en alguna que
otra ocasión.
Hace
unos meses, mientras mi equipo disputaba un partido de categoría juvenil en mi pueblo,
un padre comenzó a insultar al portero del equipo rival, provocando con ello la reacción del portero y la inmediata trifulca, que terminó afectando no solo a los jugadores que estaban en el campo, sino a los espectadores que presenciaban el encuentro. Como consecuencia de este altercado la Guardia Civil tuvo que acudir y poner orden para que pudiera finalizar el partido.
Llevo
ya unos cuantos de años jugando al fútbol en el equipo de mi pueblo, y
sinceramente, cuando se juega un partido de balompié parece como si existieran
dos universos diferentes: los jugadores que disputan el encuentro y los
aficionados. Los jugadores compiten para ganar y esta rivalidad puede
ocasionar que estos tiendan a tener un conducta agresiva, e incluso a veces irrespetuosa,
pero al final todo queda en un buen apretón de manos y en una felicitación al rival tras el pitido final, porque lo importante al fin y al cabo es que los jugadores se vayan contentos y satisfechos tras el partido.
Sin embargo, en las gradas el encuentro se vive de forma diferente, es como un universo paralelo al universo del campo. Y es que los espectadores,
deberían de ir al estadio o al polideportivo para ver cómo juega su equipo y simplemente pasárselo bien. El problema radica cuando los espectadores (muchas veces los mismos padres) pierden la cabeza y terminan insultando, agrediendo o iniciando una batalla campal como la que lamentablemente protagonizaron los padres del Alaró y del Collerense.
En
definitiva, pienso que la violencia en el fútbol, no viene ocasionada por los jugadores, salvo casos excepcionales, sino más bien por las propias aficiones
e hinchadas -muchas veces enloquecidas- de los respectivos clubes que, la verdad, dudo que visiten el estadio
para pasar un buen rato.
Mario
Puente Dorado, 2º de Bachillerato A
Al hilo de los sucesos comentados anteriormente, creo que es muy penoso que se produzcan este tipo de episodios violentos durante los encuentros deportivos porque están muy lejos de los objetivos fundamentales del deporte: el aprendizaje, el entretenimiento, el esfuerzo, el respeto al contrario, la educación, la sana
competitividad, el saber ganar y perder, y el acatar las decisiones arbitrales o las directrices del entrenador.
El problema de esta violencia, que parte de los espectadores y en muchas ocasiones de los propios padres, radica muchas veces en la presión o en el nivel de exigencia que se le pide a los chicos, de tal manera que el competir se convierte en algo más, y así algunos padres anteponen el que sus hijos o hijas logren unos objetivos a que disfruten realmente del deporte que están realizando.
Yo misma, como jugadora de voleibol, soy muy consciente de la
confusión entre motivar y presionar, dos términos que equívocamente se
confunden y se funden en uno mismo, pero son muy diferentes en realidad. Motivarse es
querer dar lo mejor de ti, superarse poco a poco a diario y sentirse orgulloso
de uno mismo cuando lo haces lo mejor que puedes. Sin embargo, muy distinto es que no lo
hagas por ti, y que solo quieras demostrar lo que eres dejándote a ti mismo atrás,
dejándote la piel en busca de la aprobación de otros, y siempre bajo la presión
ejercida por entrenador o por tus padres.
Por desgracia, sé lo que duele una mirada de
desaprobación, de decepción, una bronca o un castigo por no estar a la altura
del partido. Sin embargo, el deporte me ha enseñado a salvar estas situaciones,
a aceptar los resultados tal y como son, y si yo sé que he dado lo mejor de mí y me he esforzado pese a que no haya conseguido los objetivos, con eso me sobra.
Así pues, el deporte consiste en aprender disfrutando, y esos
valores vienen desde arriba, de los padres y de los entrenadores. Por todo lo expuesto, es intolerable el hecho de que los adultos inculquen comportamientos indebidos e inapropiados a las futuras generaciones de deportistas. Si no nos unimos en contra estas
actitudes, terminaremos convirtiendo el deporte en un circo, en el que interesará más el
espectáculo fuera del terreno de juego que lo que
ocurre dentro de él.
Aprendamos a disfrutar jugando, a aceptar lo que somos y a
no poner límites en lo que podamos llegar a ser. No hay mejor satisfacción que
la que se tiene con uno mismo, ya que el triunfo no está en vencer siempre, si
no en no rendirse nunca.
Laura
Márquez Calvillo, 2º de Bachillerato B
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