Cuando
hablo de arqueología en clase con mis alumnos y les muestro imágenes de
importantes hallazgos como los objetos de
la tumba de Tutankhamon, los guerreros
de Xiam o el tesoro del Carambolo,
siempre me hacen la misma pregunta: ¿y
cuánto valen?
A
mí, me sale la respuesta típica de una
profesora de Historia: “cualquier objeto
tiene un valor incalculable”; y
entonces me doy cuenta de que ya he “metido la pata”, porque la siguiente
pregunta es: “entonces, si yo excavo y encuentro algo, ¿me hago rico? Y ahora
mi problema es hacerles comprender que el valor incalculable es porque se trata
de objetos únicos, que nos transmiten un montón de información y nos trasladan
a épocas pasadas, no por lo que cuestan en el mercado. Les intento hacer
comprender que para los historiadores y arqueólogos es igual de importante e interesante encontrar una olla
con monedas de oro, que un fondo de cabaña con restos de cerámica. Me resulta
muy difícil que entiendan que uno de los
mayores peligros que amenazan a los
yacimientos arqueológicos son los “cazadores
de tesoros”, los furtivos, aquellos que sólo buscan piezas espectaculares
o valiosas para venderlas de forma ilegal y sacar un beneficio económico.
Porque cuando se excava sin conocimiento,
se destruye para siempre toda la información que nos podía transmitir ese
yacimiento. Les explico que lo correcto es informar de cualquier hallazgo a las
autoridades competentes, para proteger el lugar y proceder a su excavación y que la administración les pagará por el
hallazgo un precio ¿justo?
Menos mal que mis alumnos, para
desgracia de todos, apenas escuchan las
noticias ni leen la prensa, porque si no, todo mi alegato por hacer las cosas
bien caería en saco roto. Veréis por qué digo esto, el pasado 2 de mayo se daba
la noticia de que el Tribunal Supremo
obligaba a la Junta de Andalucía a pagar
a los descubridores de la necrópolis del Paraje del Monte Bajo (Cádiz) por el
valor justo del yacimiento. Voy a
explicaros…
En
el año 2004, Diego Gil Birues de Segovia pescando en la presa del pantano de
Barbate en Alcalá de los Gazules, encontró un cuenco de cerámica que parecía
muy antiguo y se lo llevó a casa. Al día siguiente volvió con su mujer Manuela Lago López y encontraron
varias vasijas de cerámica y cuchillos
de sílex en una zona que había quedado descubierta al bajar las aguas del
pantano tras varios años de sequía.
Se lo comunicaron al Ayuntamiento y a la Delegación de Cultura y un
arqueólogo se desplazó al lugar, parecía tratarse de una sepultura de la Edad
del Cobre.
Manoli y Gil se entusiasmaron con el hallazgo. Allí estaban las huellas de las gentes que habitaron aquella zona en el tercer milenio antes de Cristo. Tal vez fueran los que dejaron sus pinturas en las cuevas del Tajo de las Figuras, en Benalup, donde ellos vivían. ¿Cómo no emocionarse al tocar sus objetos, al observar la estructura que había salido a la luz al descender las aguas del pantano?
Manoli y Gil se entusiasmaron con el hallazgo. Allí estaban las huellas de las gentes que habitaron aquella zona en el tercer milenio antes de Cristo. Tal vez fueran los que dejaron sus pinturas en las cuevas del Tajo de las Figuras, en Benalup, donde ellos vivían. ¿Cómo no emocionarse al tocar sus objetos, al observar la estructura que había salido a la luz al descender las aguas del pantano?
Su hallazgo desencadenó una intervención arqueológica de la Universidad de
Cádiz en la que Manoli y Gil participaron como voluntarios, dando lugar
finalmente, a la localización de otras
sepulturas y al descubrimiento de la Necrópolis del Paraje del Monte Bajo con
restos funerarios de hace más de 5.000 años, lo que constituye uno de los
yacimientos más importantes de la provincia.
Se descubrieron cuatro tumbas megalíticas colectivas, dos de corredor y dos
galerías, que abarcaban un largo periodo de tiempo desde la Edad del Cobre
hasta principios del Bronce, ya en el Segundo milenio. Gracias a su excavación
se pudieron extraer conclusiones muy interesantes sobre el ritual de
enterramiento y los ajuares que los acompañaban. Los descubridores se sintieron
orgullosos y contentos de haber participado en la excavación, pero la
decepción llegó después, cuando sintieron que los dejaban de lado,
que no les reconocía su papel en el descubrimiento de la necrópolis y que en
Cádiz, en la presentación de los restos arqueológicos, ni siquiera los miraban. La Junta les despachó
con 1000 euros, cuando según la Ley de Patrimonio Histórico, el descubridor y
el propietario del lugar deben recibir, en concepto de premio en metálico, la mitad del valor que en tasación legal se le
atribuya, que se distribuirá entre ellos por partes iguales.
En principio la Junta quería
pagarles sólo por el valor de los objetos encontrados, no de toda la necrópolis,
finalmente, este mes el Tribunal Supremo les ha dado la razón. El valor de la
necrópolis había sido tasado en 15.800 euros y al matrimonio, por tanto, les
correspondía la mitad, 7.900 euros.
Lo grave de esto es que dos
personas cuyo comportamiento ha sido ejemplar en relación con el patrimonio
hayan tenido que litigar, llegando hasta el Supremo para obtener una
indemnización adecuada ante un descubrimiento arqueológico realizado. No es de
extrañar que en España asistamos a un expolio furtivo generalizado de nuestro
patrimonio arqueológico, si sale más rentable “robar” que “descubrir” y más ahora en tiempo de crisis.
Si queremos salvar el
patrimonio, debemos ser justos y reconocer
y compensar el enorme valor que tiene todo hallazgo arqueológico.
Elena Toribio
Fuentes bibliográficas consultadas:
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