En la presente entrada os dejamos una serie de errores, cometidos por los adultos (obviamente con la mejor intención), que pueden conducir a que los niños terminen odiando la lectura. La autora de este interesante análisis es Kepa Osorio Iturbe, especialista en bibliotecas escolares, animación a la lectura y literatura juvenil e infantil.
Aunque este documento va destinado a los niños, consideramos que es fácilmente aplicable a nuestros alumnos de Secundaria, por tanto recomendamos a las familias que lo tengan en cuenta porque puede ser de gran interés para no matar el espíritu lector en sus hijos.
¿QUÉ COSAS NO DEBEMOS HACER PARA QUE LOS NIÑOS O ADOLESCENTES TERMINEN ODIANDO LA LECTURA?
Presentar el libro como alternativa a la TV
Ésta es, quizá, una de las
estrategias más eficaces para que nuestros hijos se alejen cabezonamente de los
libros. Por un lado, porque para ellos la televisión es uno de los inventos más
maravillosos y útiles de la historia de la humanidad. Y, por otro, porque los
chicos no son tontos y piensan: «Oye, papi, si te parece que ver la tele es
perder el tiempo, ¿por qué mamá y tú os pasáis todos los días varias horas delante
del televisor?»
Además, somos tan
poco delicados con sus gustos y aficiones que les decimos que tienen que leer
en vez de mirar la tele, que han de coger los libros de la escuela «... en
lugar de perder el tiempo con esas estupideces». ¡Viva el respeto a las ideas
ajenas!
Para los niños la TV
no es una «estupidez» sino un entretenimiento divertido, ameno y útil. Tal vez
objetivamente sea cierto que le dedican más tiempo de lo necesario, o que se
refugian a veces «en aquel estado de semiinconsciencia en el cual el
telespectador cae después de cierto tiempo, y del que es síntoma la total
pasividad con la que acepta cualquier programa de la pequeña pantalla, sin
escoger y sin reaccionar».
Pero no podemos
olvidar que los méritos educativos de la TV superan a sus deméritos: enriquece
el punto de vista, nutre el vocabulario, acerca una cantidad inverosímil de
informaciones, enriquece el bagaje cultural de los niños… Sí, no seamos
obtusos: ¡en cuántas casas el encefalograma cultural es absolutamente plano!
Aunque sea discutible su calidad, la tele transmite cierta cultura.
Y no olvidemos que
desde el punto de vista psicológico, negar una distracción, «una ocupación
placentera (o sentida como tal, que es lo mismo), no es el modo ideal de hacer
que se prefiera otra: será más bien el modo de echar sobre esta otra una sombra
de fastidio y de castigo».
Cuántas veces escuchamos de
pequeños a algún adulto sabiondo escupirnos la frasecita: «¡Deja de leer
tebeos, que son una tontería!» Nuestro maestro o nuestro padre amenazaba: «¡Te
quemaré todos los tebeos si no te veo leer!». «¿Sólo un suficiente en
lengua, eh? A partir de mañana se acabaron los tebeos»...
Hemos olvidado lo mal
que nos sentíamos cuando nos prohibían abrir la páginas de El guerrero
del antifaz, Corto Maltés, Flash Gordon, Tintín, El Capitán Trueno, Mortadelo y
Filemón… Y ahora somos nosotros los que castigamos a nuestros hijos
sin leer sus tebeos de Bola de Dragón, Spiderman oSinchán.
En este caso prohibir
no sirve para nada porque acabarán leyendo tebeos escondidos en el cuarto de
baño como hacíamos nosotros, o en casa de un amigo.
Los cómics no pueden
ser considerados en sentido estricto un subgénero de la literatura, pero su
función de puente hacia lecturas más canónicas es indiscutible. En medio de las
cenagosas y obligatorias lecturas escolares, las aventuras de los tebeos
suponen una ventana por la que penetra un mundo fantástico e ilusionante.
Verne, Salgari,
Gordon, Blyton, Agatha Christie… han sido para muchos de los adultos de hoy la
lectura más estimulante, más instructiva y probablemente la más educativa de su
infancia, aunque los críticos literarios podrían hablar de «subliteratura».
El cómic –nos
recuerda Rodari– «posee la función de nutrir y alimentar la necesidad de
aventuras, de comicidad de rápida consumición y renovación constante: es
manejable, es económico, es cambiable. Los niños no tienen necesidad sólo de
buenas lecturas».
No existe relación de
causa-efecto entre la lectura de tebeos y el rechazo de los libros «de verdad»:
todos conocemos chicas y chicos (también adultos) que leen mucho y con la mano
izquierda cultivan también el huertecillo de los tebeos.
Cuando yo era joven los chavales leíamos más.
Cuando yo era joven los chavales leíamos más.
A menudo tenemos la tentación los
adultos (y raras veces la resistimos) de añorar nuestra infancia porque
guardamos de ella un recuerdo distorsionado por el paso del tiempo y la
necesidad de idealizar lo que no tenemos. La memoria es una aduladora y engaña
hábilmente, pero es difícil darse cuenta de ello.
¡Cómo se leía cuando
éramos pequeños! ¿De verdad? ¿Cuándo? ¿Hace cien años, cuando la mayoría de los
españoles eran analfabetos? ¿Hace cuarenta años, cuando varios millones ni
siquiera sabían leer? Además, los que leían más eran los hijos de la burguesía,
porque lo que es el resto de los mortales, trabajadores y clase miserable, no
tenía dinero para comprar unos libros que no poseían ni siquiera un aspecto
medianamente atractivo porque sus ediciones eran en muchos casos vulgares y
cutres.
«Antes había buenos
libros para los niños». No intentemos que nuestros hijos añoren un pasado que
no es el suyo porque no pueden identificarse con la nada. Y, volvemos a
recordar otra incoherencia adulta: «Papi, si los libros que tenías de pequeño
eran tan buenos y te gustaban tanto, ¿por qué no conservas ninguno?».
«…Y por eso leéis tan poco». La
catastrófica organización del tiempo libre de nuestros hijos no es la causa de
que no lean. Unas veces el tiempo libre no es más que «tiempo vacío», tiempo
desaprovechado porque los padres no enseñamos a nuestros pequeños a convertirlo
en un ocio creativo y estimulante.
Otras veces su tiempo
libre, el no ocupado por las tareas escolares, se barniza con una neurótica
obsesión por las «clase de…»: les obligamos a aprender informática, piano,
inglés, ballet, artes marciales, danzas húngaras… ¿Cuándo tienen un ratito para
abrir un libro de Literatura Infantil con la garantía de no quedarse dormidos
por el agotamiento?
En muchas de nuestras
ciudades no hay espacios para jugar, ni espectáculos medianamente creativos y
enriquecedores para niños, ni bibliotecas, ni cosas por el estilo. En nuestras
casas urbanas no hay sitio para el cuarto de los niños entendido como espacio
íntimo e infranqueable...
Sí, es cierto, hoy en
día hay más distracciones, pero su compatibilidad con los libros puede ser
factible pues no depende «del número y de la calidad de los pasatiempos (es
decir, de las ocupaciones más libres y por esto más queridas, y por esto de mayor
eficacia educativa) sino del lugar que el libro ocupa en la vida del país, de
la sociedad, de la escuela».
Echar la culpa a los niños,
además de fácil, es comodísimo, porque sirve para ocultar las propias culpas.
Reconocemos que los niños no leen lo suficiente, pero hay demasiadas casas en
las que jamás entra un libro, hay millares de licenciados sin biblioteca, hay
muchos padres que no leen siquiera el periódico, y después se sorprenden si los
hijos hacen como ellos, hay responsabilidades de la escuela y del Estado... En
las editoriales para niños, el criterio comercial prevalece siempre sobre el
criterio pedagógico
«Acusado como el
único responsable de una situación compleja y agravada aún por la crisis de los
ideales educativos hasta ayer pacíficamente aceptados, el niño reacciona como
puede: largándose a jugar al patio, o escondiendo bajo la almohada su querido
álbum de cómics».
Este sistema se aplica
intensamente en muchas escuelas: los maestros obligan a los niños desde
preescolar a copiar página por página su primer libro de lectura. Tras esta
tarea, que para el niño no tiene sentido ni interés alguno, se añade la
división en sílabas. ¡Si supiera cómo se divierten! Con el tiempo llega el
análisis gramatical y después hace su entrada triunfal el análisis lógico, el
resumir, el aprender de memoria, etc. Todos esos ejercicios multiplican las
dificultades de lectura y en lugar de facilitarlas, le quitan al libro
cualquier capacidad de entretener, de conmover, de interesar.
«La lectura no es ya
un fin a perseguir laudablemente, sino un medio para actividades más serias, o
que se presuponen como tales. El libro que entra en la escuela bajo el esquema
del rendimiento escolar produce respuestas puramente escolares: no es algo
hermoso y bueno de lo cual se tiene necesidad, sino algo que utiliza el maestro
para expresar un juicio».
Este Al narrar o leer un cuento
al niño la intimidad, la confianza, la comunión entre padres e hijos se
expresan de un modo único e irrepetible. Pero hoy en día pocos padres tienen
tiempo y ganas de leer un cuento a sus niños. Compartir la lectura es «promover
el libro de mero objeto de papel impreso a intermediario afectuoso, a momento
de la vida».
Si el abanico de materiales de
lectura que ofrecemos a nuestros hijos no es variado y rico, su rechazo a los
cuentos puede significar tan solo que le gustan otro tipo de lecturas: libros
documentales, tebeos, prensa deportiva, revistas juveniles, lecturas digitales,
etc. Favorezcamos la creación de «su» biblioteca personal, que iremos
enriqueciendo consultando sus gustos y momentos lectores.
Éste es el método más eficaz si
se quiere que los jóvenes aprendan a odiar los libros. Es seguro al ciento por
ciento. Facilísimo de aplicar. «Se toma a un muchacho, se toma un libro, se
colocan los dos en una mesa y se prohíbe que el trío se divida antes de determinada
hora. Para garantizar el éxito de la operación, se anuncia al muchacho que al
finalizar el tiempo estipulado deberá resumir las páginas leídas».
El joven sacará una
lección por su cuenta que no olvidará en lo sucesivo: hay que leer porque los
mayores lo mandan.
No decimos que no
sean necesarias las lecturas obligatorias. El niño las aceptará si a cambio le
damos oportunidad de leer dentro del tiempo escolar lo que le dé la gana, sin
pedirle nada a cambio.
«Una técnica se puede
aprender con pescozones: así la técnica de la lectura. Pero el amor por la
lectura no es una técnica, es algo bastante más interior y ligado a la vida y
con pescozones (reales o metafóricos) no se aprende».
Kepa Osoro
Fuente consultada:
Osoro Iturbe, Kepa: "Cómo hacer que los niños odien la lectura", PLEC
Nota. Agradecemos a la Red Profesional de Lectura y Biblioteca el que nos hayan facilitado este interesante documento a los responsables de la BE de la provincia de Sevilla.
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