Siguiendo la línea de los dos últimos programas en el que hemos abordado cuestiones lingüísticas, hoy hemos hecho referencia a la distinta evolución que tuvieron las palabras de procedencia latina en nuestra lengua. Como ya sabéis, la base del castellano o español es el latín, lengua que llegó al comienzo de la II Guerra Púnica, es decir en el 218 a.C., cuando las tropas romanas desembarcaron en la península ibérica para luchar contra los cartagineses y que terminó de implantarse por un proceso de colonización y de conquista en el año 19 a.C. Podemos decir por tanto, que a partir de esta fecha la lengua oficial y la que hablaban los habitantes de Hispania era el latín. En el siglo V d.C., cuando se produce la caída del Imperio Romano de Occidente, el latín empezó a evolucionar de modo diferente en los territorios que habían formado parte del Imperio.
En nuestra lengua la gran mayoría de las palabras de origen latino- las llamadas patrimoniales- comenzaron a sufrir cambios fonéticos y semánticos, alejándose poco a poco de su forma original. Por ese motivo hoy decimos “hijo” y no “filium”, “hiniesta” y no “genesta”, “pena” y no “poenam”. Pero no todas las palabras de origen latino sufrieron todos los cambios fonéticos y semánticos habituales, sino que hubo algunos términos – los llamados semicultismos- que se quedaron a medio camino en el proceso evolutivo, fundamentalmente porque pertenecían al ámbito religioso.
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