La música medieval es uno de los temas más apasionantes y a la vez misteriosos que la cultura en la Edad Media nos brinda.
A diferencia de otras manifestaciones artísticas que perduran en el tiempo, la música desaparece en el momento de desarrollarse y la única forma de hacerla pervivir es mediante una notación musical que en la Edad Media o no se empleaba o se hacía de manera muy pobre en información, insuficiente en la mayoría de los casos para una reproducción fiel. Uno de los aspectos más interesantes de la música medieval fueron los instrumentos musicales empleados en la época. Gracias a su representación en esculturas románicas y góticas y a los códices, en que son destacables las Cantigas de Alfonso X, se han podido reproducir y actualmente existen fabricantes especializados. Mediante su sonido, podemos acercarnos mejor a lo que fue la música popular medieval.
La fe y la espiritualidad medievales constituyen la explicación de uno de los fenómenos más extendidos en el viejo continente: las peregrinaciones. Este movimiento supone en Europa un nuevo espíritu de confraternización, abriendo caminos de entendimiento entre los distintos países del Viejo Continente. Miles de cruzados y romeros comenzaron a recorrer la geografía europea hacia Roma, Santiago o Tierra Santa, con un variado abanico de finalidades; algunos buscaban la redención de sus pecados o el cumplimiento de promesas hechas en momentos difíciles; otros eludían la acción de la justicia, o, simplemente, se lanzaban a la aventura para quitarse de encima la rutina de la miseria cotidiana.
El canto cumplió una función importantísima en las peregrinaciones y romerías medievales. Antes de que Gutemberg inventara la imprenta, la canción fue, junto a la oratoria y el lenguaje figurativo de las imágenes, el modo ordinario de información e instrucción. No eran muchos los que en esta época sabían expresar sus ideas por medio del lenguaje escrito. Salvo un corto número de clérigos, que se ocupaban de la crónica histórica y de la copia de documentos, la inmensa mayoría de la población, tanto noble como vasalla, era absolutamente ágrafa e inculta. La memoria suplía la falta de textos escritos. Los mecanismos de memorización se favorecían elaborando textos con esquemas rítmicos, paralelismo de ideas, ubicación fija de sílabas determinadas y palabras escogidas, repetición cíclica de estribillos, cadencias etc.. Los trovadores y juglares se encargaron de ello recorriendo la geografía europea con sus repertorios de canciones de gesta. Pero no sólo ellos; los dirigentes eclesiásticos apreciaron pronto su valor pedagógico para la predicación y la catequesis. Diferentes centros eclesiales confeccionaron cancioneros, que, memorizados debidamente, servían a los romeros como verdaderos libros de viaje.
A diferencia de otras manifestaciones artísticas que perduran en el tiempo, la música desaparece en el momento de desarrollarse y la única forma de hacerla pervivir es mediante una notación musical que en la Edad Media o no se empleaba o se hacía de manera muy pobre en información, insuficiente en la mayoría de los casos para una reproducción fiel. Uno de los aspectos más interesantes de la música medieval fueron los instrumentos musicales empleados en la época. Gracias a su representación en esculturas románicas y góticas y a los códices, en que son destacables las Cantigas de Alfonso X, se han podido reproducir y actualmente existen fabricantes especializados. Mediante su sonido, podemos acercarnos mejor a lo que fue la música popular medieval.
La fe y la espiritualidad medievales constituyen la explicación de uno de los fenómenos más extendidos en el viejo continente: las peregrinaciones. Este movimiento supone en Europa un nuevo espíritu de confraternización, abriendo caminos de entendimiento entre los distintos países del Viejo Continente. Miles de cruzados y romeros comenzaron a recorrer la geografía europea hacia Roma, Santiago o Tierra Santa, con un variado abanico de finalidades; algunos buscaban la redención de sus pecados o el cumplimiento de promesas hechas en momentos difíciles; otros eludían la acción de la justicia, o, simplemente, se lanzaban a la aventura para quitarse de encima la rutina de la miseria cotidiana.
El canto cumplió una función importantísima en las peregrinaciones y romerías medievales. Antes de que Gutemberg inventara la imprenta, la canción fue, junto a la oratoria y el lenguaje figurativo de las imágenes, el modo ordinario de información e instrucción. No eran muchos los que en esta época sabían expresar sus ideas por medio del lenguaje escrito. Salvo un corto número de clérigos, que se ocupaban de la crónica histórica y de la copia de documentos, la inmensa mayoría de la población, tanto noble como vasalla, era absolutamente ágrafa e inculta. La memoria suplía la falta de textos escritos. Los mecanismos de memorización se favorecían elaborando textos con esquemas rítmicos, paralelismo de ideas, ubicación fija de sílabas determinadas y palabras escogidas, repetición cíclica de estribillos, cadencias etc.. Los trovadores y juglares se encargaron de ello recorriendo la geografía europea con sus repertorios de canciones de gesta. Pero no sólo ellos; los dirigentes eclesiásticos apreciaron pronto su valor pedagógico para la predicación y la catequesis. Diferentes centros eclesiales confeccionaron cancioneros, que, memorizados debidamente, servían a los romeros como verdaderos libros de viaje.
Si quieres saber más sobre el contenido de este programa musical, los grandes centros de peregrinación en la Edad Media en España (Santiago de Compostela y Monserrat) y te atrae la música de las cantigas, escúchanos en el postcats que complementa este artículo.
Celia Bueno
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