"La civilización consiste en superar la cínica convicción
de que este mundo sólo se rige por las relaciones de fuerza"
Mahatma Gandhi
En el Día de la Paz y en el día en el que todos debemos rememorar la figura de Gandhi, homenajeamos a esta gran figura recordando la estupenda tribuna que hace ya veinte años, publicaba el escritor y filósofo español Salvador Pániker en El País.
Salvador Pániker, La Vanguardia |
Entonces en el 50 aniversario de su muerte, ahora a los 70.
Albert Einstein dijo que las generaciones futuras apenas podrían creer que un hombre como Gandhi hubiera existido. El caso es que existió y que hoy, a los 50 años de su muerte, lo esencial de su mensaje sigue vivo. Un mensaje que nos habla de la paradójica fuerza de la no violencia (ahimsa), con su correspondiente corolario: que la violencia es siempre un síntoma de debilidad. Más todavía, que la violencia implica una fisura en las propias creencias y remite a un fenómeno de proyección: volcar hacia el exterior el odio que uno siente por sí mismo. El odio o el desprecio. Conviene añadir que Gandhi no era estrictamente un pacifista. "Prefiero la violencia al miedo", llegó a decir. Porque en el miedo está la fisura interior, el germen de la agresión. Y la no violencia exige más coraje que la violencia.
Y si Gandhi no era estrictamente un pacifista, tampoco
fue tan hinduista ortodoxo como él mismo pretendía. Más allá de su genio
escénico-folclórico, la visión del Mahatma era bastante ecléctica. De hecho,
Gandhi descubre su propia tradición hindú como resultado de sus lecturas
europeas, y muy especialmente de Tólstoi, Thoreau y los Evangelios (Sermón de
la montaña). Leyendo su Autobiografia (1927) nos enteramos de que fue
precisamente en Londres cuando el joven abogado indio, enfermo de soledad y
timidez, y tras algunos poco afortunados tanteos para convertirse en gentleman
-llegó a tomar lecciones de dicción, francés e incluso danza-, se sumerge en
una profunda crisis y renuncia al fin a toda pretensión de
"occidentalizarse". La verdad es que estaba occidentalizado ya.
Tocante a la no violencia, no estará de más recordar que los dioses hindúes
nunca fueron un modelo de pacifismo: ni Shiva, ni Vishnú, ni Krishna, ni Rama
practicaron el ahimsa. Incluso en la Bhagavad-Gita, el libro preferido del
Mahatma, se recomienda que Arjuna retorne a la batalla. Gandhi construye un
hinduismo a su medida, con ingredientes del jainismo, del budismo y del
cristianismo evangélico. Pone el énfasis en la tolerancia porque él mismo se
define como un mero buscador de la verdad, siendo la verdad un campo de
exploración.
Gandhi es un espíritu religioso que siente una
necesidad digamos "romántica" de verdad, es decir, de lo qué él llama
verdad-realidad (satya). Sólo se puede luchar externamente desde una plenitud interna;
no cabe vivir de una manera y pensar de otra. Ello es que hay una articulación
muy coherente en los dos grandes temas gandhianos: la no violencia (ahimsa) y
la fuerza de lo real (satyagraha, un término acuñado por el propio Gandhi).
Gandhi es universalista. Lucha por la emancipación de
los "intocables", pero también por la evolución de una cierta
estructura económica; lucha por la independencia de la India, pero también por
una liberación del género humano. No le agrada la expresión "resistencia
pasiva", porque, al fin y al cabo, su actitud es muy activa. El concepto
de "desobediencia civil" lo toma del norteamericano Thoreau. Gandhi
ha comprendido que si unos pocos miles de británicos tienen dominada a una
infinidad de millones de indios es por la misma resignación y cooperación de
estos últimos. De ahí su llamada a la no cooperación, tan bien simbolizada en
la legendaria marcha contra el monopolio de la sal, un episodio que condujo a
los británicos a negociar con el Mahatma ya de igual a igual. A partir de este
momento (1931), Gandhi pasa de su primera exigencia de autonomía india a la ya
explícita de independencia. Viaja a Londres como negociador de la paz y se
reúne allí con todos sus poderosos adversarios, los cuales le tratan con gran
respeto. Significativo, por cierto, el comentario de un alto funcionario del
Foreign Office tras entrevistarse con el Mahatma: "Este hombre se parece
mucho a Jesucristo; por consiguiente, será difícil entenderse con él".
Fuera o no semejante a Jesucristo, Gandhi está lejos
de ser un personaje simple. Lejos también de la aureola de santidad que le
colgó la leyenda. Aquel hombre tan tolerante se comportó inhumanamente con sus
hijos. El había optado por sus otros innumerables hijos, los del pueblo indio,
y explotó a fondo el arquetipo del Padre -Bapu- e incluso del padre
autoritario. También se nos antoja disparatada su obsesión por la continencia
sexual -una obsesión, por otra parte, muy hindú, y que no se refleja
precisamente en los índices de natalidad-. Ahora bien, por encima de sus
obsesiones (o a través de ellas) Gandhi pertenecía a esa reducida franja humana
que aspira a la transparencia total. Él cuenta los detalles más crudos sobre sí
mismo en su Autobiografía, lo mismo que hace Tólstoi en sus diarios. Quiere presentarse
ante el mundo sin ocultar ninguna de sus sombras.
¿Fracasó Gandhi? Es obvio que la doctrina de la no
violencia no ha sido precisamente muy seguida. La propia India, tras su
independencia, ha estado cuatro veces en guerra -tres contra Pakistán, una
contra China-. Cabría decir que Gandhi triunfó (a medias) políticamente y
fracasó socialmente. La India actual ha apostado por la modernidad y no por la
vuelta a las tradiciones originarias como predicaba el Mahatma. La efigie de
Gandhi se encuentra hoy en los sellos de correos, en el papel moneda y en las
estatuas, pero se diría que su imagen está en todas partes para mejor olvidarse
de él. Con todo, Gandhi no fue un idealista abstracto ni un iluso. El trataba
de aplicar a cada situación una estrategia concreta de no violencia. Al acuñar
el concepto de satyagraha piensa también en su contrario: la debilidad de la
mentira. Hoy estamos muy podridos de complejidad y, de impotencia, pero el
mensaje permanece. A pesar de nuestras refinadas técnicas de racionalización,
resulta difícil tenerse en pie sobre un suelo de disociación y falsedad.
Gandhl no fue marxista, aunque sí
favorable a las tesis socialistas de su discípulo Nehru. Tampoco fue un
agitador anárquico, sino alguien que llevaba muy dentro de sí el respeto a la
ley. Incluso en sus campañas de desobediencia civil advertía previamente de sus
intenciones a las autoridades británicas. Y lo hacía con aquella pausada
serenidad, con aquella leve sonrisa a lo Mickey Mouse que tan famosa llegó a
ser. Porque el mundo se asombró, efectivamente, con la energía de aquel
hombrecillo frágil. El mundo respetó a Gandhi porque comprendió que era un
reformador social cuyo carisma procedía de una cierta experiencia interior. Su
final fue difícil. No consiguió el ideal de una India unida con distintas
religiones conviviendo. Murió a manos de un integrista. Pero uno piensa que lo
esencial de su legado sigue vigente: que la civilización consiste en superar la
cínica convicción de que este mundo sólo se rige por las relaciones de fuerza.
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