“Hace casi 3.000 años
existió en Andalucía una civilización rica y avanzada cuya grandeza, cuentan
los eruditos, no fue igualada en mucho tiempo. A aquel pueblo, admirado por los
griegos y cuyas naves, según la Biblia , habían llegado a
comerciar hasta con los egipcios, se le denominó Tartessos, como el río
que lo atravesaba, el actual Guadalquivir. La explotación de sus minas de oro y
plata y el comercio con los fenicios la habrían convertido en una sociedad más
o menos organizada y rica que fue conocida como la primera civilización de Occidente”.
Esta era la creencia
general entre los amantes de la arqueología a comienzos del S. XX, cuando la arqueología era una de las ciencias de
moda, capaz de hacer soñar con reinos míticos como la Atlántida, inventar
naciones o dar vida a faraones. Ya H. Schliemann
había demostrado a finales del S. XIX, tras los descubrimientos de Troya y
Micenas, que muchas leyendas de la antigüedad tenían una base real. A comienzos
del S. XX muchos aventureros extranjeros encontraron en Andalucía y otras zonas
de España un terreno propicio para sus anhelos de gloria, iniciando
excavaciones que en muchos casos contaban con el interesado apoyo de
gobernantes y magnates, ávidos de ver crecer sus colecciones y su fama.
Alumnos colaboradores en la sección "Momentos arqueológicos". |
Uno de estos
aventureros fue el historiador y arqueólogo alemán Adolf Schulten, quien había ganado fama internacional a principios
de siglo, tras el descubrimiento de Numancia,
la mítica ciudad celtíbera arrasada por no querer someterse al poder romano. En los años 20, Schulten, inició en el Parque Natural de Doñana la
búsqueda de Tartessos, esa
civilización mítica que multitud de estudiosos desde el siglo XVI habían
situado en esta zona del sur europeo y que estaba emparentada en la mente de algunos
con la Atlántida de Platón, con el mito de Hércules, los bueyes de Gerión o las
naves de Tarshish citadas en la Biblia. Schulten dedicó toda su vida a
encontrar su capital, vivió y amó a España, excavó en Doñana, pero no lo
consiguió y murió medio loco y obsesionado en Alemania en 1960.
Hace unas
semanas el Museo Arqueológico de Jerez presentaba al público el documental
titulado El Tartessos de
Schulten. La conquista de la ciudad perdida, cinta que, dirigida
por el jerezano Antonio Lobo, se
había estrenado el año pasado en el Festival de Málaga del Cine Español.
¿Pero que sabemos hoy de la mítica Tartessos? ¿Qué nos
cuentan los libros, los estudiosos y la arqueología?
Hoy, la mayor parte de
los historiadores piensan que Tartessos no fue una “gran ciudad” sino una
civilización formada por varios asentamientos humanos que vivió en lo que hoy son
las provincias de Sevilla, Huelva y Cádiz entre los siglos IX y VII antes de
Cristo. Fue la civilización más importante del sur de la Península Ibérica a
finales de la Edad del Bronce y habría
surgido por el contacto comercial entre los habitantes de esta zona y los
fenicios llegados desde el otro extremo del Mediterráneo para comerciar en
busca de los preciados metales: plata, cobre, estaño y oro, a cambio
entregarían como pago lujosos objetos procedentes de Egipto, Mesopotamia y la
zona fenicia.
Restos de la
civilización tartésica han aparecido en los bordes de la marisma del
Guadalquivir, (antes un gran golfo marino al que los romanos denominarían “Lago
Ligustino”), como en Mesas de Asta, y en diversos lugares de las provincias de
Huelva y Sevilla. De entre los diversos restos arqueológicos encontrados quiero
destacar dos famosos “tesoros” encontrados en la provincia de Sevilla y alguno
de ellos muy cerca de aquí…
Empecemos por el más
cercano, los famosos candelabros de
Lebrija. En abril de 1923 unos trabajadores que estaban sacando arcilla en
la zona del castillo en Lebrija encontraron enterrados “a profundidad de muchos metros” seis grandes objetos de oro que por su forma
denominaron ”candelabros”. Estos, habrían pertenecido a un templo o santuario
tartésico o fenicio que habría existido en época protohistórica en el Cerro del
Castillo, dominando la desembocadura del Guadalquivir. Aunque se les llamó
candelabros hoy no se sabe con exactitud su función y algunos investigadores
consideran que podrían ser una representación esquemática de la divinidad.
El otro es el conocido como “Tesoro
del Carambolo” encontrado en los
alrededores de Sevilla en 1958 por unos
trabajadores que estaban haciendo unas obras de ampliación de la Sociedad de
Tiro de Pichón. La sorpresa fue enorme cuando en un recipiente de barro cocido
encontraron joyas “profusamente decoradas, con un arte fastuoso, a la vez
delicado y bárbaro,
21 piezas de oro de 24 quilates, con un peso total de 2.950 gramos .”. Todavía hoy los investigadores
no se ponen de acuerdo sobre su función, podrían ser la joyas de un rey o
reina, de un sacerdote o de un buey sagrado, tampoco están seguros de si son
fenicias o tartésicas, pero lo que es indudable es que son el testimonio de una
civilización perdida que aún nos asombra…
Schulten buscó una ciudad perdida y fabulosa, nosotros nos hemos
encontrado con una sorprendente civilización aún llena de incognitas y quién
sabe si mañana alguien hará un nuevo descubrimiento igual de mítico y
sorprendente…
Elena Toribio
Bibliografía:
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